Cómo educarles en el orden
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marzo 20, 2013
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Cuando nuestros hijos cumplen los cinco años los padres nos preguntamos por qué parecen felices en medio del desorden. Las opciones son claras: les gusta vivir en el caos más absoluto o simplemente les aburre recoger sus cosas. ¿Estamos a tiempo de modificar su actitud?
Los expertos tienen una respuesta difícil de rebatir: los niños simplemente no colocan sus cosas porque es aburrido. No les gusta recoger porque significa que ha llegado el final del juego y toca el rollo de ordenar. Seguramente por lo mismo por lo que no quieren salir de la piscina, están deseosos de abandonar el cole...
Hacen lo que les gusta
Cuando son más pequeños, aún podemos engañarlos y hacer del recoger un juego más. Pero cumplidos los cinco años, no tragan. Si algo no les gusta, simplemente... no lo hacen.
En general es más fácil ser desordenados que ordenados, tanto para los niños como para los adultos, y la única manera de que una persona sea organizada es creando el hábito desde pequeño.
El ser humano empieza la vida siendo desordenado. La etapa más crítica son los dos años y medio. A esa edad les da un gran placer alterar los objetos. Para ellos es muy interesante ver las cosas donde no deben estar, les ayuda a comprender el mundo en el que viven. El orden se lo imponemos los adultos, que sabemos que es mejor que cada cosa esté en su sitio para ahorrar espacio y vivir organizadamente.
Pero a un niño, que las cosas estén desordenadas u ordenadas le da igual. Además, al desafiar las reglas aprende qué cosas son importantes y cuáles no, y en la escala de desafíos, el desorden es algo más a investigar, para ver qué pasa y cuáles son las consecuencias de sus acciones.
Cómo educarles en el orden
Conviene ser, a dosis equilibradas, convincentes y rígidos al pedir orden. No es algo dramático, es algo necesario. Hay que ordenar porque toca ordenar. De igual manera que toca irse a dormir, cenar o ducharse. Y, ante una negativa (o dos, o tres, o cuatro...), no hay que rendirse.
Ordenar es una tarea poco gratificante salvo para el adulto ordenado. A nosotros nos gusta ver y encontrar nuestras cosas, pero los niños aún no conocen esa sensación. Y enseñarles a ser ordenados es una manera de instaurar un hábito saludable. Los padres que claudican y recogen ellos, están eliminando esa formación de orden, sistema y disciplina. Sus hijos serán niños consentidos, que no se esfuerzan porque no están habituados.
Hay otra modalidad de claudicación: la sacrificada. Es esa en la que los padres «inutilizan» a los hijos realizando ellos sus tareas al mismo tiempo que se quejan de tener que hacerlo. Pero si no se anima a los niños a que se pongan manos a la obra, jamás aprenderán y el círculo vicioso, «anda deja, mejor lo hago yo», se puede eternizar.
Algunos padres se quejan de que en el colegio sus hijos recogen sin problemas, pero en casa se resisten todo lo posible. Y eso sucede porque los profesores crean una disciplina general (todos recogen), y quedarse fuera de la actividad común no es interesante.
Lo que NO hay que hacer
Ser inconstantes en nuestras órdenes. Proponerle que recoja hoy y mañana hacerlo nosotros le hace creer que esto no es algo de todos los días, como cenar, lavarse los dientes o irse a la cama. Pero lo es.
Premiar su esfuerzo con regalos. Es buena idea al principio, pero conviene ir cortándolo. De lo contrario, sólo hará cosas que le fastidian a cambio de remuneración, Y el premio, al ser tan frecuente, perderá valor.
Compararle con otros niños. Intentar crear competitividad en el pequeño puede producir dos efectos adversos: que odie al niño que hace bien las cosas y que se sienta un fracasado. Aunque si sale bien el invento y el niño compite por recoger mejor, seguramente extenderá esa exigencia al resto de su vida. Y es agotador ser un eterno competidor. Es mejor la propuesta: "entre nosotros dos, a ver quién recoge antes los coches". En ese caso hay una competición localizada, particular y estimulante. No una abstracta y frustrante.
Chantajear. Los padres lamentosos y sacrificados («¡cuánto me haces trabajar!»), no suelen conseguir la empatía que buscan en sus hijos. Más bien les provocan sentimientos de culpa.