Cuando la reacción es de miedo, lo que pase en adelante depende, en gran medida, del papel de los padres. El descubrimiento de la sombra hace parte del proceso de identidad del niño con su cuerpo. Cuando es un bebé, juega con sus manos y pies. Cuando empieza a caminar, aprende a ubicarse en un espacio, a coordinar y a interactuar.
Según la psicóloga clínica con especialidad en niños y adolescentes Beatriz Parra, se trata de un hallazgo enriquecedor para saber frente a qué está su cuerpo y todas las cosas que puede hacer con él.
El psicólogo experto en infancia Milton Eduardo Bermúdez explica que antes de los 18 meses, dependiendo de cada niño, ocurre el proceso de reconocimiento frente al espejo. Los expertos hacen pruebas de pintar la nariz del infante y ponerlo frente a un espejo. Al principio este toca la imagen que tiene en frente, como si fuera la de otro niño.
“Con la construcción de la autoconciencia, el niño sabe que quien se está reflejando en el espejo es él. Eso tiene que ver con que desarrolla una imagen corporal que coincide con el nombramiento de las partes de su cuerpo. La sombra complementa este proceso y también es su reflejo, pero ya no en el espejo sino en diferentes superficies como el pasto o la pared”, cuenta el especialista.
Bermúdez dice que generalmente los niños que descubren la sombra son muy atentos a los detalles y a los estímulos externos, y que en principio es un objeto de temor porque es nuevo y él no entiende por qué la sombra lo sigue.
“El descubrimiento del cuerpo, con todas estas etapas, hace que el niño entienda que él tiene el control de su cuerpo. Por eso puede ser un buen momento e indicador para dar otros pasos como el control de esfínteres”, agrega.
“Cuando el niño está más pequeño y percibe la sombra, incluso a plena luz del día, puede indicar que tiene unas buenas capacidades, pero como no tiene la habilidad verbal para manifestarlo, lo más común es que el adulto no se entere y piense simplemente que el niño no quiere ir más al parque o que se pone irritable inexplicablemente”, asegura Parra.
La psicóloga clínica cree que en dicho descubrimiento son importantes dos cosas: un cuidador capaz o no de detectar la situación y un niño con una capacidad para interesarse, en mayor o menor medida, por un fenómeno así.